Manolo Aguilar. El licántropo enamorado de la Luna

Eugenio SArt (Eugenio Sánchez Arrate)

La muerte llega de repente

Hace pocos días falleció mi buen amigo Manuel Aguilar, un hombre Bueno, en todo el amplio sentido del término.

El impacto de su muerte me dejó sin habla durante minutos y llorando buena parte del domingo en que supe de la misma. Para el lunes, durante el entierro, al que acudí con el resto de los Licántropos Asociados, yo ya era un poco más persona y me había recompuesto. La ceremonia transcurrió con pocos asistentes, los suficientes, los que pudieron asistir.

Los Comienzos

Lo conocí hace muchos años, en el Pleistoceno como aquel que dice, recién llegado de la mili, en el primer grupo de aficionados a la literatura fantástica en el que milité, el llamado Círculo de Lhork, del que luego surgieron muchos otros grupos o facciones y al que pertenecieron tantos aficionados al género de entonces, a quien la vida llevó por otros derroteros.

Al dejar el Círculo por desavenencias con la dirección plenipotenciaria del mismo, Luis Rodríguez Arrabé, Carlos Días Maroto, Eduardo Escalante, Manolo Aguilar y yo formamos el colectivo Licántropos Asociados, dedicados a la literatura y cine de terror en un principio, y de género fantástico en general después… colectivo que sería el gérmen de lo que luego se convertiría en la Tertulia Madrileña de Literatura Fantástica.

El nacimiento de la Tertulia Madrileña de Literatura Fantástica

En una reunión entre Julián Díez y un servidor, acordamos fundar la TERMA. Julián había intentado montar algo parecido hablando con el director del Círculo de Lhork pero éste no aceptó sus condiciones, quería que todo se integrara dentro de su grupo.

Julián deseaba más libertad… y muchos de los que nos fuimos de Círculo, también.

Hablé con Julián para tratar éste tema, coincidimos y propuse a los Licántropos reunirnos los jueves por la tarde en el café Alameda del paseo de Recoletos, debajo del antiguo diario Marca.

Así nació la Tertulia Madrileña de Literatura Fantástica, que tanto recorrido tendría después… y aún tiene. Y Manolo Aguilar fué uno de sus primeros artífices e integrantes de la misma.

En las primeras tertulias asistíamos los Licántropos en pleno, Julián Díez y sus amigos aficionados a la Fantasía y la Ciencia Ficción, Héctor Ramos, Juanma Santiago, Jose María Faraldo, Susana Vallejo… que terminarían por convertirse también en amigos nuestros y a quien el tiempo y la vida llevaría también por diversos derroteros.

No tardarían en unirse al grupo León Arsenal, Carlos Sáinz Cidoncha, Jose María Sánchez Pardo, Alberto Santos, Juanma Barranquero, Agustín Jaureguízar, Miguel Ángel Arqués, Daniel Mares, Francisco Canales, Jose María Benito, Oscar Cuevas y tantos otros que llegaron con el tiempo, la lista es larga…

Un hombre humilde que no pretendía ser especial

Manolo pasaba desapercibido. Era un pozo de sabiduría en materia de cine y de libros, sobre todo en cuestiones de terror, su campo de especialización no exclusivo. Pero era humilde y no alardeaba de nada, escuchaba más que hablaba, aprendía, intervenía poco, tomaba nota de libros, de películas que ver, estaba más interesado en aprender que en enseñar, justo lo contrario en éstos mundillos del fándom.

Poco agraciado físicamente, encorvado, de mirada relampagueante, de ojos algo saltones y sonrisa equina, parecía un simple, un bobo a primera vista.

Pero albergaba dentro de si muchos secretos. La vista resulta engañosa.

Lo tomaban por tonto y no le importaba. No creo que ni se diera cuenta del impacto que causaba en los demás. El no era como la gente creía que era, y lo sabía, de hecho, era mucho más listo que la mayoría de la gente con la que solía encontrarse. Es solo que era ingenuo, cándido, discreto, tímido… y que iba por el mundo sin hacer daño a nadie y sin exhibir un ego de relumbrón como muchos de los que le rodeaban. Los egos son frecuentes en las tertulias. El pequeño argentino que los escritores llevamos dentro, nos convierte en personas un poco egocéntricas, deseosas de acaparar la atención y admiración de todos. Yo he tratado de curarme de todo ésto, espero haberlo conseguido un poco.

Pues no, Manolo no era de esos que son grandes ombligos llenos de si mismos y de sus logros. Ni lo pretendía.

Manolo Aguilar no lo tuvo fácil. Tuvo problemas familiares con sus padres casi constantes, no le dejaron estudiar ni recibir becas (era buen estudiante), tuvo problemas cardíacos hace ya bastantes años y le implantaron un marcapasos. Le ponían pegas y obstáculos para todo. No le dejaron crecer, ni individuarse como persona autónoma.

Eso no le frenó para tratar de vivir la vida y exprimirla al límite, dentro de sus pocas posibilidades.

En una de las hispacones de Cádiz, bailando a altas horas de la noche en una discoteca, operado hacía mes y poco, le dije… Manolo, tu corazón… y me contestó:

Que le den por culo al marcapasos.

Casi me muero de la risa. Todos los presentes estallaron en carcajadas.

No quería morirse sin disfrutar, no quería morir sin haber vivido lo suficiente. Manolo amaba la vida como amaba el cine, sus libros, a sus amigos del alma Carlos Díaz Maroto y Luis Alboreca y a otros amigos cercanos por los que sentía absoluta veneración y a los que envío un abrazo sincero y mis condolencias.

Una vida de novela

Su vida da para escribir un libro, para hacer un guión de cine, para una película tipo la del Gran Vázquez.

Pocos saben de su doble vida como nudista practicante, asistente a reuniones y concentraciones en todo el país en pelota picada, deshinibido, locuelo, niño feliz, como Dios le trajo al mundo. Pocos saben del tamaño descomunal de su miembro viril (así como suena) y de las consecuencias que algo así le produjo en materia de relaciones.

O de que fué actor de cine porno. O de que era un tipo con una vida personal doble, llena de entusiasmo a la vez que de renuncias, sinsabores y derrotas en lo íntimo y familiar.

Manolo era uno de esos tipos buenos, más grandes que la vida. Leal, sencillo, sin villanías ni malas intenciones, materia de ficción, un titán de lo cotidiano, un maestro de vida, en un amplio sentido del término.

Tampoco sabe la gente del Manolo enamorado, romántico, bailando a la luz de la luna con su chica en un parque, eternamente prendado de una mujer que fué su musa durante toda su vida, Raquel, su Gran Amor, como él la definía, con la que por circunstancias no pudo estar, salvo unos pocos años, pues era a ella y no a otra, a la que siempre quiso, aunque ella no lo quisiera como pareja, pero acudiera a él constantemente, tiempo después de dejar la relación.

Ella fué la que más le lloró en el entierro.

Era difícil no querer a Manolo si le conocías bien.

Independencia y autodeterminación

Cuando su padre falleció y su madre fué ingresada por padecer alzheimer, hace pocos años, Manolo se quedó casi solo en la vida. Incapaz de hacerse la comida, de freírse siquiera un huevo, tuvo que aprender todo desde el principio y pedir ayuda a los amigos (Carlos Díaz Maroto, por ejemplo) para lograrlo.

Y estaba empezando a conseguirlo, empezando a remontar, al fin libre de unos padres que solo fueron lastre, peso muerto para él.

En tres años se sacó el título de Perito Calígrafo Colegiado, alquiló una habitación de su casa para subsistir, estaba abandonando esa vida de trabajos de mierda y desempleo en la que casi siempre navegó al borde de la miseria, con poco dinero o ninguno.

Y ya colegiado como Calígrafo, titulado y listo para el despegue, le estaban empezando a asignar sus primeros informes periciales, que declinó aceptar por falta de práctica, pero que pretendía ir realizando, pues amaba esa profesión de los trazos y las firmas de documentos.

Manolo fué en sí mismo un cúmulo de contradicciones. Era feo y bello por dentro más allá de lo aparente, parecía tonto y era muy listo, parecía ser una cosa y era la otra.

Le tomaban por zote y sin embargo era un tipo sensible, inteligente, y buena persona, despistado hasta extremos casi irrisorios, cándido y sin doblez, víctima constante de caraduras y aprovechones de la más diversa índole.

Un tipo noble, sin un ápice de maldad, que de puro bueno parecía un simple.. sin serlo, pues acaso su inteligencia fuera más allá de la que entendemos el resto de los mortales, fuera una inteligencia de maestro, de persona que ni tiene maldad ni la concibe en el otro, porque quizá vino al mundo a enseñarnos a vivir un camino de vida de absoluta luz, absoluta sencillez, absoluta entrega y apertura al otro, entrega a la alegría de vivir, entrega a la experiencia del Aquí y el Ahora. Un camino sin maldad, porque la maldad no la entendía, él no podía asimilarla.

Y sin embargo, siendo un maestro, o acaso por serlo, no era un hombre práctico, no entendía el mundo, no encajaba bien en él.

Se le daban mal las relaciones sociales, las ironías, se manejaba fatal en la vida y en el mundo, como si viniera de un lugar mejor, donde todas las miserias y mezquindades, los rigores de la existencia, el dinero, el trabajo semiesclavo de cinco días a la semana, el tener que pagar facturas, recibos, o sufrir las mentiras y dobleces de la gente, no existieran.

Manolo era mejor que muchas de las personas que he conocido.

Y no tuvo demasiada suerte. Y lo aceptó sin protestar como uno de esos viejos santos de la antiguedad que sufrieron martirio por sus creencias, sin exhalar apenas una queja, sin manifestar su rabia.

Cuando le hacían daño se mostraba dolido… y perplejo. No lo podía entender.

El Final

Le diagnosticaron leucemia hace pocas semanas. Iban a darle el alta a mediados de junio de éste año (2021) pero nunca logró salir del hospital.

Eduardo Escalante le llamó por teléfono para interesarse por su salud, y Manolo se mostró vital, animado, con ganas de volver al mundo y de quedar con todos los Licántropos una vez más a tomar unas cervezas. Quería seguir escribiendo, ir al cine, salir a la vida, a pesar de la pandemia que estaba asolando el mundo. Nos quedamos tranquilos al saberlo. Parecía que iba a salir de ésta, una vez más.

Manolo falleció el 5 de junio de 2021 en el hospital. Deja una vida como editor y escritor de fanzines, deja algunos cuentos escritos y publicados en revistas y antologías, deja muchas reseñas y críticas de cine, deja su amor por Star Trek, por los géneros fantásticos, por la aventura y sobre todo el Terror. Deja algunos misterios sobre sus relaciones personales, sus proyectos en curso y su persona. Deja a un montón de amigos que lo querían, a una exnovia llorosa y doliente, y deja lágrimas de lobo en éste que escribe éstas letras.

Deja un aullido de dolor por el compañero caído.

El aullido de los Licántropos Asociados, que lo queríamos y aún le queremos allá donde esté.

Se murió un gran tipo.

Y hoy aullamos a la luna en su memoria.

Que la tierra te recoja, amigo lobo… y que vayas a un lugar mucho mejor que éste, que te trató tan mal.

Merecías algo mucho mejor y ojalá lo tengas ahora.

Buena luna y buena caza, hermano lobo, donde quiera que estés.

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